A diferencia de otros comentaristas, el autor presenta a un Descartes que, lejos de estar encajonado en una disputa con la escolástica, se habría formado en la lectura de los clásicos grecolatinos; es decir que entre otros, conocía a Platón y no ignoraba del todo a Aristóteles. Pero no se trata de argüir que Descartes fuese menos inculto de lo que normalmente se supone, sino de explorar la hipótesis de que quizá algo podría aprender cualquiera, de nuestros más excelentes predecesores, y él lo hubiese advertido, la hipótesis ayuda a entender por qué Descartes procura alcanzar la prueba de los fundamentos a través de un Diálogo con el escéptico y por qué, a final de cuentas, la médula de esta empresa práctica es una serie de razonamientos esencialmente negativos.