A los ojos de los lectores contemporáneos, el Romanticismo poético mexicano ofrece la imagen de un corpus reiterativo, banal, escasamente creativo y de una homogeneidad que raya en el estereotipo. Aunque bien intencionados, Altamirano, Pimentel, Vigil y otros albaceas literarios de nuestras letras acuñaron el prejuicio de una poesía romántica siempre a cuestas del academicismo. El sendero amplio de la crítica encuentra ahora, en este texto, una nueva vía de aproximación que hace resonar silencios ominosos: imágenes inéditas o silenciadas por criterios morales (como el erotismo, las bacanales o el satanismo) o estéticos, endosadas tradicionalmente al Modernismo, pero que tienen sus antecedentes en el primer Romanticismo mexicano, de allí que estos poetas, tildados de epígonos y cursis, hayan dejado una impronta indeleble en la historia de la licenciatura mexicana.